“Ahora todo es problema mental”, ¿o por fin le ponemos nombre?
La OMS ya avisó: en 2030 la salud mental será la principal causa de discapacidad. Crecimos sin diagnósticos y sin redes sociales, hoy tenemos datos, pantallas y más razones para cuidarnos.
Estoy cansada de oír “ahora todo es TDAH”, “todo es depresión”, “todo es bullying”. Nací en los 90 y, en esa época, no es que no existieran, es que casi no teníamos internet, faltaban estudios, faltaba lenguaje y, sobre todo, faltaba permiso social para hablar.
Hoy hay más diagnóstico porque hay más información, más investigación y menos silencio. Y sí, también hay nuevos estresores: pantallas, redes sociales que comparan 24/7, hiperconexión laboral, precariedad y soledad.
La OMS estima que los problemas de salud mental serán la principal causa de discapacidad mundial en 2030. A lo largo de la vida, 1 de cada 4 personas desarrollará algún trastorno mental. Entre el 35% y el 50% no recibe tratamiento o recibe uno inadecuado. Hay más de 300 millones de personas con depresión y cerca de 800.000 fallecen por suicidio cada año (segunda causa de muerte entre 15 y 29 años). Además, la mitad de los problemas en adultos empieza antes de los 14 y tres de cada cuatro antes de los 18.
En España, 1 de cada 4 tendrá algún problema de salud mental en su vida. El 6,7% de la población sufre ansiedad y otro 6,7% depresión (el doble en mujeres que en hombres). Más de un millón de personas convive con un trastorno mental grave y más de la mitad de quienes necesitan atención no la recibe o no es la adecuada. Entre el 11% y el 27% de los problemas se asocian a condiciones de trabajo, y 8 de cada 10 personas con problemas de salud mental no tienen empleo.
Nada de esto suena a moda. Suena a realidad medible.
Antes se hablaba de “nervios”, “melancolía” o “carácter”. La psiquiatría apenas llegaba, el diagnóstico era escaso y el estigma, enorme. El sufrimiento se escondía en casa o en silencio. La revolución digital trajo dos cosas a la vez: visibilidad (comunidades, líneas de ayuda, más ciencia) y nuevos detonantes, como notificaciones constantes, comparación social, ritmos de trabajo que invaden la vida privada. No es que “de repente tengamos más problemas”, es que hemos cambiado la forma de vivir y el cuerpo y la mente están respondiendo a ese cambio.
Las redes no “crean” por sí mismas la depresión o la ansiedad, pero amplifican vulnerabilidades, privan de sueño, facilitan la comparación, refuerzan el sesgo de negatividad y nos dejan atrapados en ciclos de dopamina. Combinado con precariedad, soledad urbana y sobrecarga de cuidados (en mujeres, especialmente), el cóctel es potente.
¿Cómo saber si necesito ayuda?
No hace falta “tocarlo fondo”. Señales que merecen consulta profesional si duran dos semanas o más o interfieren con tu día a día:
Sueño alterado (insomnio o hipersomnia), fatiga persistente.
Irritabilidad, apatía o tristeza que no remite.
Ansiedad recurrente, ataques de pánico, rumiación constante.
Dificultad para concentrarse o recordar, “niebla mental”.
Aislamiento social, pérdida de interés por lo que antes disfrutabas.
Consumo creciente de alcohol/drogas para “regularte”.
Pensamientos de autolesión o muerte (en este caso, urgencias o 112).
Pedir ayuda no es “debilidad”: es higiene de vida. Igual que vas al dentista antes de perder la muela, la salud mental se cuida en prevención.
Qué si podemos hacer (además de terapia)
Dormir (7–9 h): la regulación emocional empieza en la almohada.
Mover el cuerpo: ejercicio regular reduce síntomas de ansiedad y depresión.
Límites digitales: horarios sin notificaciones, redes “a demanda”, no “a la deriva”.
Rutinas y comunidad: planes sencillos, gente confiable, pedir y ofrecer ayuda.
Trabajo saludable: negociar expectativas, pausas y desconexión real.
Revisar la carga desigual en casa (sí, también afecta a la salud mental).
No es “todo TDAH”, “todo depresión” o “todo bullying”
Es ponerle nombre a lo que siempre estuvo ahí y aceptar que el mundo que hemos construido exige nuevas herramientas. La buena noticia es que las tenemos, ciencia, profesionales, comunidad y la posibilidad de cambiar hábitos y contextos. Si algo te late mientras leías esto, tómalo como una señal temprana, no como un veredicto. Hablar a tiempo es, muchas veces, evitar el incendio.





