Cuando no celebrar incomoda a otros
Normalicemos no vivir las fiestas ni el Año Nuevo como si fueran una obligación emocional.
Sí, la Navidad ya pasó, pero seguimos en ese clima raro de fiestas, balances forzados y expectativas colectivas. Y hay algo que creo que necesitamos normalizar de una vez: no a todo el mundo le importan estas fechas. Y no pasa nada.
Puedes llamarme Grinch, no me molesta. Yo no crecí en una familia que decorara la casa por Navidad ni viviera estas fechas como algo especial. Lo habitual era arreglarse para quedarse en el salón de la casa de alguna tía que hizo la cena, y repetir el ritual de siempre. Comentarios sobre el cuerpo, comparaciones innecesarias, críticas veladas a alguna prima ausente. Mucho ruido y poco cuidado real.
Con el tiempo dejé de participar por elección. Y entonces vino la etiqueta. “La distante, la que no se mezcla, la que se cree por encima de todos”. Pero la verdad es que nunca encontré sentido a celebrar algo con personas que durante el resto del año no se preocupaban por mí en ningún aspecto de mi vida.
Para mí, estar en casa, con la ropa más cómoda posible, es profundamente reconfortante. Recuerdo un fin de año, de hace poco, que pasé con mi pareja y amigos. Todos en pijama, sin grandes planes, sin expectativas grandilocuentes. Estábamos a gusto, compartimos tiempo, hablamos, nos reímos. No fue menos importante por no cumplir el guion tradicional. Para mí fue más un reencuentro que una fiesta marcada en el calendario.
En terapia aprendí que no podemos exigir a otras personas que den importancia a las mismas cosas que nosotros. Si alguien ya está haciendo el esfuerzo de estar presente, de compartir desde donde puede, eso ya es una forma de cuidado. Eso ya es dar importancia a lo que realmente importa.
Cuando alguien se molesta porque tú no celebras, no suele tener tanto que ver contigo como con lo que tu decisión despierta en esa persona. La incomodidad aparece cuando el otro deja de validar una narrativa que damos por sentada. Si tú no participas, la fiesta deja de ser universal y pasa a ser una elección. Y eso duele más de lo que parece.
Muchas personas no defienden la Navidad porque la disfruten profundamente, sino porque la necesitan para sostener una idea de familia, normalidad o pertenencia. Cuando alguien se sale del guion, se rompe la ilusión de que esto es importante para todo el mundo. Y entonces aparece el reproche, el juicio o la etiqueta. Fría. Distante. Rara. Soberbia. Cualquier cosa antes que preguntarse por qué esa diferencia molesta tanto.
En terapia se trabaja mucho esto. La dificultad para tolerar que el otro no sienta lo mismo suele estar ligada a una fragilidad interna. Si lo que yo vivo es verdaderamente valioso para mí, no necesito que tú lo confirmes. Pero si lo hago porque así me enseñaron, porque siempre fue así, porque “toca”, entonces tu negativa se vive casi como una amenaza.
¿Esta fecha es realmente importante para ti o es algo a lo que fuiste condicionado toda la vida?
Condicionados a celebrar.
Condicionados a reunirnos.
Condicionados a forzar vínculos que el resto del año no cuidamos.
Condicionados a llamar amor a lo que muchas veces es solo costumbre.
No todo el mundo vive la Navidad como un refugio. Para algunas personas es una herida, una incomodidad o simplemente un trámite social agotador. Tampoco el Año Nuevo tiene que ser un punto de inflexión épico. No todas las vidas funcionan por ciclos de doce meses ni necesitan propósitos públicos para seguir adelante.
Quizá madurar también sea esto. Dejar de obligarnos a sentir lo que se supone que deberíamos sentir. Y permitirnos construir rituales propios, aunque no salgan en las películas, aunque no se entiendan desde fuera.
Si estas fechas no son especiales para ti, no estás rota.
Si prefieres calma a celebración, tampoco.
A veces, cuidarse es simplemente no fingir entusiasmo donde no lo hay. Y eso también está bien.
Quizá este próximo año, más que preguntarnos quién no vino o quién no celebró, podríamos preguntarnos algo distinto.
Qué necesitamos realmente.
Qué elegimos por deseo y qué por inercia.
Y por qué nos molesta tanto que alguien no siga una tradición que, tal vez, nunca se permitió cuestionar.
No todo lo compartido es vínculo.
No todo lo tradicional es sano.
Y no todo lo que incomoda al otro es un error propio.





