Intimidad como negocio: la lección incómoda del caso Tea
Lo que el caso Tea revela sobre confianza, comunidad y el precio de exponer la intimidad femenina en internet.
La historia de Tea, la app que prometía ser un espacio seguro para que las mujeres compartiesen experiencias en el mundo de las citas, se ha convertido en un espejo incómodo de algo mucho más grande: la fragilidad de nuestra confianza en lo digital.
La investigación de 404 Media reveló cómo la compañía, dirigida por Sean Cook, pasó de presentarse como aliada de comunidades de mujeres, como “Are We Dating the Same Guy?”, a protagonizar brechas de seguridad que expusieron datos íntimos de más de un millón de usuarias, incluyendo conversaciones privadas sobre abortos o abusos sexuales.
Y aquí surge la paradoja: las mujeres acudieron a Tea buscando refugio en un internet hostil y acabaron aún más expuestas.
Cuando la promesa se convierte en riesgo
Este patrón no es nuevo. Muchas plataformas nacen con un discurso de cuidado y empoderamiento, pero al crecer olvidan lo que realmente las sostenía: la confianza íntima de sus comunidades.
En el caso de Tea, la carrera por la monetización y la visibilidad global terminó reproduciendo justo lo que decía combatir: dinámicas de poder, manipulación y explotación de la vulnerabilidad femenina.
Tres recordatorios que incomodan
La seguridad no es un “extra”, es la base de cualquier plataforma que gestiona datos sensibles. Sin ella, todo lo demás se derrumba.
La confianza no se compra ni se transfiere. Intentar apropiarse del trabajo de iniciativas comunitarias rompe el vínculo que las hacía únicas.
La empatía no puede fingirse. Un fundador haciéndose pasar por una mujer para hablar con usuarias no es marketing: es una traición a la confianza.
No es solo Tea: un patrón repetido
Basta mirar atrás para reconocer la misma historia con distintos nombres:
Whisper: prometía anonimato y terminó revelando localizaciones de millones de usuarios.
Yik Yak: se convirtió en un espacio de acoso y amenazas hasta su cierre en 2017.
Secret: nació como un “confesionario liberador” y murió en medio de escándalos de bullying y doxxing.
OnlyFans: que, aunque no era anónima, también ha sufrido filtraciones masivas de contenido íntimo de sus creadoras.
La lección se repite: la vulnerabilidad se multiplica cuando la intimidad se convierte en modelo de negocio.
El verdadero problema no es que una app falle en proteger datos. El verdadero peligro es asumir que la intimidad femenina puede ser una moneda de cambio digital: primero para atraer usuarias, luego para inflar métricas y, finalmente, como material explotado por comunidades misóginas en foros tras un hackeo.
La pregunta, entonces, no es si Tea sobrevivirá a demandas colectivas. La pregunta es más profunda: ¿podemos crear espacios digitales seguros sin que el mercado los devore al primer signo de éxito?
Mientras las tecnológicas sigan respondiendo con comunicados vacíos y promesas de “estamos aprendiendo”, quienes seguirán pagando el precio serán las usuarias: su privacidad, su seguridad y, lo más difícil de recuperar, su confianza.