Devuelve tus incomodidades
No cargues con lo que no te pertenece. Cuando te hagan sentir incómod@ por tu cabello, tu acento o tu color, es hora de devolverles la incomodidad.
Navegando por mi feed, me encontré con un video de Yuri Tinta, un angolano que vive en Brasil, que relataba una experiencia tan cotidiana como incómoda. Entró a una tienda, entregó un billete de 100 reales y el atendiente pasó cinco minutos inspeccionándolo como si fuera un delincuente. Sé que analizar billetes es común porque hay muchas falsificaciones, explicaba Yuri. Pero cuando eres negro, lo que deberían ser segundos de revisión se convierten en una eternidad.
Sin embargo, lo que hizo Yuri no fue quedarse en silencio ni llevarse esa incomodidad consigo. Cuando el atendiente le devolvió el cambio, Yuri examinó hasta las monedas con el mismo rigor, tomándose su tiempo, hasta que el otro hombre comenzó a inquietarse. “Necesitaba que él sintiera lo que yo sentí”, dijo. Y con esa acción tan simple como poderosa, nos dejó una lección invaluable: no es nuestra tarea cargar con las incomodidades que otros nos imponen.
Devolver la incomodidad: Una respuesta necesaria
Lo que Yuri Tinta nos enseña es que tenemos el derecho —y quizá el deber— de devolver esa incomodidad a quien la genera. No se trata de venganza, sino de reflejar la situación, de hacer visible lo invisible, de cuestionar lo normalizado. Porque muchas veces, quien actúa de forma discriminatoria ni siquiera es consciente de lo que está haciendo. El acto de detenerte a analizar el cambio, de preguntar por qué cuestionan tu acento o de señalar cómo te miran, no solo devuelve la incomodidad, sino que crea un momento de reflexión.
Devolver la incomodidad no es un ataque, es una resistencia activa. Es rechazar la idea de que tenemos que soportar en silencio las microagresiones diarias. Es un recordatorio de que la igualdad no se logra solo tolerando, sino confrontando.
El racismo cotidiano rara vez se presenta como un ataque abierto; aparece en pequeñas acciones, miradas, comentarios que te hacen sentir fuera de lugar, como si necesitaras justificarte constantemente. Es esa insistencia en revisar un billete más tiempo cuando proviene de una mano negra. Es el comentario sobre tu cabello en la oficina. Es la pregunta de “¿De dónde eres realmente?”, cuando tu acento no encaja con las expectativas.
Durante demasiado tiempo, quienes pertenecen a grupos racializados o marginalizados han cargado con esa incomodidad como si fuera su responsabilidad.
Hemos aprendido en general a ignorar los comentarios, a sonreír incómodamente, a justificar las actitudes para evitar conflictos. Pero, ¿por qué debemos llevar ese peso a casa? ¿Por qué aceptamos la incomodidad como un precio que tenemos que pagar por existir en espacios que supuestamente son de todos?
Incomodar al sistema, no solo a la persona
Estas acciones, aunque individuales, tienen un impacto que va más allá de la interacción personal. Cada vez que alguien cuestiona un acto discriminatorio, está empujando al sistema hacia el cambio. Está diciendo: “Esto no está bien, y no voy a aceptarlo.”
Es preciso entender que las dinámicas de poder se perpetúan en las interacciones más cotidianas. Un atendiente que revisa un billete más tiempo porque asocia la negritud con desconfianza está reproduciendo un sistema de exclusión. Pero cuando esa persona es confrontada, aunque sea de forma sutil, se crea una grieta en esa estructura.
No estamos aquí para adaptarnos
Si alguien hace un comentario sobre tu cabello, tu acento o tu color, no dejes pasar el momento. Pregunta: “¿Por qué te parece importante mencionarlo?” Hacer visible la microagresión a menudo desarma a quien la perpetúa. No se trata de responder con agresividad, sino de señalar el acto. A veces las acciones hablan más fuerte que las palabras.
Recuerda: la incomodidad no te pertenece. Si alguien intenta imponértela, hazle saber que no aceptarás ese peso. No todas las personas son conscientes de su propio sesgo. Si tienes la oportunidad, usa la situación para educar, pero solo si sientes que es seguro hacerlo.
La lección de Yuri es clara: no tenemos por qué normalizar lo que nos lastima. Devolver la incomodidad no es una cuestión de revancha, es una cuestión de dignidad. Así que la próxima vez que alguien te haga sentir fuera de lugar, recuerda que tienes todo el derecho de devolver esa incomodidad. Porque al final del día, no se trata solo de ti; se trata de mostrarle al mundo que las dinámicas de exclusión no son normales y no serán aceptadas.