¿Fue un mal día o 20 minutos malos amplificados?
Cómo el sesgo de negatividad (y un poco de neurociencia, filosofía y psicología) nos convence de que todo salió fatal, cuando solo tropezamos un rato.
Vi esta imagen en el perfil de Psicología y Mente y me sentí retratada. Soy neurodivergente y mi cabeza tiende a irse por la tangente, si algo sale mal a las 9:40, a las 10:05 ya estoy reescribiendo el guion del día entero como desastre. No eres solo tú, es (también) tu cerebro. Y tiene nombre. La psicología lo llama sesgo de negatividad: lo malo pesa más que lo bueno a la hora de percibir, recordar y decidir.
No es solo “estado de ánimo”. A nivel biológico, nuestro sistema emocional está cableado para reaccionar con más intensidad ante lo negativo. La amígdala se activa con estímulos emocionales y los negativos se procesan de forma especialmente eficiente, lo que ayuda a explicar por qué un comentario desagradable eclipsa diez cumplidos. Evolutivamente, fue útil para sobrevivir; hoy, puede secuestrar nuestra jornada.
En economía del comportamiento, el fenómeno tiene otro apellido, “aversión a la pérdida”. Las pérdidas “duelen” más que lo que “alegra” una ganancia equivalente; por eso una reunión tensa puede nublar todas las que fueron bien. Daniel Kahneman y Amos Tversky lo formalizaron en la Teoría de las Perspectivas: las pérdidas pesan más que las ganancias.
Y si encima tu mente divaga, hola, default mode network, las probabilidades de que rumiemos lo negativo se disparan. Un estudio clásico en Science mostró que una mente errante se asocia con menos felicidad, incluso cuando divaga hacia cosas agradables. En mi caso, cuando encadena una mini-frustración con otra, ya estoy reescribiendo el día como “fracaso”.
¿Por qué lo magnificamos tanto?
La psicología lo define como: “Lo malo es más fuerte que lo bueno”. Procesamos con más detalle lo negativo y lo recordamos mejor; es una asimetría robusta en muchas áreas (emociones, impresiones sociales, feedback).
En perfiles como el mío, con TDAH, es común la hiperreactividad emocional y la montaña rusa atencional: pequeñas señales se sienten enormes y cuesta soltar la rumiación. La literatura reciente describe oscilaciones emocionales más amplias y frecuentes, lo que puede amplificar esos “20 minutos malos”. No eres débil: es el patrón.
El objetivo no es negar lo que duele, sino evitar que 20 minutos dicten el titular del día. Si hoy tu cerebro te cuenta una historia total por un bache puntual, prueba a cambiar el guion: “hubo un pico feo; el resto también cuenta”. No es autoayuda de imán de nevera; es neuro, psicología y práctica.
¿Te pasa? Me encantará leerte. Y si esta idea le viene bien a alguien, mándasela: quizá también tuvo 20 minutos malos y los amplificó.





