No es solo un dolorcito
Desde la “histeria femenina” hasta el escepticismo médico actual, las mujeres siguen enfrentando una invalidación sistemática de su dolor.
Desde los tiempos de la “histeria femenina” en la antigua Grecia hasta el diagnóstico de “neurosis” del siglo XIX, la medicina ha calificado y patologizado el dolor femenino bajo el prisma de la emocionalidad o la fragilidad mental, más que como una experiencia física concreta. Hoy, esa tendencia persiste de formas más sutiles, pero igual de peligrosas, al convertir el dolor de las mujeres en un asunto de su “gestión emocional” y no en un problema médico. Un análisis publicado por Julia Buckley en The Guardian revela que 1 de cada 6 mujeres experimenta dolor intenso diariamente, pero sus síntomas son descartados o “tratados” con antidepresivos o recomendaciones de “relajación”.
Personalmente, llevo más de un año sufriendo dolor extremo en el período de ovulación, un dolor que llegó a ser tan intenso que en una ocasión casi perdí el conocimiento en el baño. Sin embargo, cuando fui al médico, el especialista me aseguró que era “normal” y que no había nada más que hacer, limitándose a prescribirme unas pastillas y sin mostrar interés en investigar la causa real de mi malestar.
El caso de una amiga cercana es aún más alarmante. Con apenas 34 años, falleció de cáncer este año después de haber consultado a cuatro médicos que desestimaron sus síntomas. Fue una quinta doctora, finalmente, quien identificó el cáncer ya en una fase avanzada. Esto no es un caso aislado; es un reflejo de una falla estructural y de género en el sistema de atención médica, donde los síntomas de las mujeres son subestimados o malinterpretados.
Un problema sistémico
Los estudios respaldan estas experiencias personales. Según el artículo de Buckley y el estudio Disparities in Physicians’ Interpretations of Heart Disease Symptoms by Patient Gender, las mujeres que presentan síntomas de enfermedades cardíacas o gastrointestinales suelen recibir diagnósticos erróneos o tardíos. De las mujeres de mediana edad consultadas, el 31,3% fue diagnosticada con una afección de salud mental, frente al 15,6% de los hombres en condiciones similares. Este sesgo de género sugiere que los síntomas físicos de las mujeres se interpretan de manera desproporcionada como manifestaciones emocionales, lo cual es una forma contemporánea de la antigua “histeria femenina”.
En otro estudio, Gender Disparity in Analgesic Treatment of Emergency Department Patients with Acute Abdominal Pain, de los pacientes que acudieron a urgencias con dolor abdominal agudo, el 67% de los hombres recibió analgesia frente al 60% de las mujeres. Además, el 56% de los hombres recibió opiáceos para su dolor, mientras que solo el 45% de las mujeres obtuvo un tratamiento similar. Estos datos son solo una parte de una tendencia global que subestima y, en muchos casos, ignora el dolor de las mujeres, incluso en situaciones de emergencia.
La medicina, género y estereotipos
La relación de la medicina con las mujeres ha sido históricamente problemática, pero para las mujeres negras, la situación es aún más grave. Además de enfrentarse a la invalidación por género, también sufren la discriminación racial, una combinación que genera un impacto devastador en su acceso a una atención médica adecuada. Desde el estereotipo de que las mujeres "exageran" hasta el prejuicio racial de que las personas negras “tolera mejor el dolor”, los prejuicios en el ámbito médico continúan marginando a las mujeres negras de un tratamiento justo y digno.
La intersección entre género y raza hace que las mujeres negras sean doblemente vulnerables en la atención médica. Un estudio de la Asociación Médica Americana revela que las mujeres negras tienen mayores probabilidades de que sus síntomas sean ignorados o trivializados en comparación con las mujeres blancas. Otro estudio alarmante, publicado en Proceedings of the National Academy of Sciences, indica que casi la mitad de los estudiantes de medicina y médicos residentes en Estados Unidos cree falsamente que las personas negras sienten menos dolor que las blancas, lo cual afecta la manera en que los médicos tratan el dolor en mujeres negras.
Este sesgo también se manifiesta en la forma en que las mujeres negras son tratadas durante el embarazo y el parto, donde las tasas de mortalidad materna son significativamente más altas en comparación con las mujeres blancas. La creencia errónea y profundamente racista de que las mujeres negras son más “resistentes” al dolor hace que reciban menos analgésicos y cuidados de seguimiento en situaciones de emergencia o complicaciones médicas, lo que aumenta exponencialmente los riesgos a su salud.
Las diferencias en la atención médica no se limitan a los diagnósticos; también dependen del género del médico. Diversos estudios han encontrado que las médicas mujeres suelen ser más meticulosas y abiertas a considerar síntomas de mujeres pacientes que sus homólogos masculinos. Esta disparidad no se debe a una falta de formación médica en los hombres, sino a los estereotipos de género profundamente arraigados que influyen en cómo se interpretan los síntomas femeninos. “Los hombres son valientes y no se quejan a menos que sea necesario, mientras que las mujeres se quejan fácilmente”, como señala Buckley en su artículo. Esta mentalidad lleva a muchos médicos a descartar el dolor de las mujeres como una exageración o como algo “psicosomático” que puede resolverse con “relajación” o antidepresivos.
Hoy, cuando una mujer describe un dolor persistente, se arriesga a ser etiquetada como “hipocondríaca” o “ansiosa”, mientras que un hombre en las mismas circunstancias es más probable que sea enviado a realizarse estudios exhaustivos. En muchos países, los estudios médicos sobre enfermedades cardíacas, por ejemplo, se basan principalmente en hombres, lo que lleva a una falta de datos y tratamiento específico para las mujeres. Lo que queda claro es que la historia médica ha contribuido a una visión de las mujeres como pacientes “menos fiables”, y ese sesgo sigue afectando la forma en que se las diagnostica y trata hoy en día.
Escuchar, validar y actuar
La situación de la atención médica de las mujeres no es solo una cuestión de estadísticas; es una cuestión de derechos humanos. La negación o subestimación del dolor femenino es una forma de violencia, una manera de invisibilizar las experiencias y necesidades de la mitad de la población. Una atención médica que no considera ni respeta los síntomas de las mujeres perpetúa un sistema desigual que afecta gravemente su salud física y mental.
Es hora de que la medicina y la sociedad en su conjunto abandonen la idea de que las mujeres exageran sus dolencias o que están simplemente “estresadas”. Escuchar y validar sus experiencias es una forma de reconocerlas como individuos con derecho a una salud plena y digna. La cultura médica necesita urgentemente un cambio de enfoque, y esto pasa por la educación y la eliminación de estereotipos, y por dar voz a quienes históricamente han sido silenciadas.
Porque el dolor no es imaginario, ni es “exagerado”. Es real. Y es deber de la medicina tratarlo con la misma seriedad que si fuera experimentado por cualquier otra persona.