No sé pedir lo que quiero
Aprender a pedir no es solo una cuestión de valentía, sino de desaprender lo que nos enseñaron sobre merecer y recibir.
Hace poco estaba reflexionando sobre cómo algunas experiencias de la infancia nos marcan más de lo que creemos, convirtiéndose en creencias que llevamos a cuestas hasta la adultez.
Me acordé de algo que me pasó de niña: mi mamá tenía una regla muy clara cuando visitábamos a otras personas, incluso a mi prima, con quien éramos muy cercanas. “No pidas nada. Si no te ofrecen, no lo comas.”
Recuerdo una tarde en particular, mi prima estaba comiendo unas galletas y yo, con todas las ganas del mundo, esperaba que me ofreciera. Pero no lo hizo. Supongo que pensaba que, como estaba "en casa", podía tomar lo que quisiera. Pero para mí, la idea de pedir estaba completamente prohibida. Así que no lo hice.
La frustración fue tan grande que, de alguna manera, terminé enfermándome. Esa fue la primera vez que me di cuenta de lo difícil que era pedir algo, incluso cuando realmente lo quería.
Avancemos algunas décadas y me encuentro con la misma dificultad, solo que ahora las galletas son otras cosas: un ascenso en el trabajo, ayuda cuando la necesito, incluso favores simples.
Recuerdo claramente la única vez que pedí un ascenso, tenía como jefe un hombre misógino, que nunca había trabajado antes de ser socio de su empresa actual. El aumento, en su época, era en realidad una ayuda de coste para el trasporte público, en torno de 200 reales.
Lo hice por correo electrónico porque no me sentía cómoda teniendo esa conversación cara a cara, nunca obtuve respuesta. Meses después, toda la empresa se enteró de que una comercial que no vendía nada, ganaba 20 mil reales, un valor exorbitante.
Había aprendido que, si algo no te lo dan directamente, no debes pedirlo. Y esa creencia sigue acompañándome hoy, a los 34 años.
El problema con estas creencias es que, aunque alguna vez tuvieron un propósito, quizá enseñarnos a ser educados o a no ser insistentes, es que terminan limitándonos. Porque el mundo adulto no funciona así. Nadie adivinará lo que necesitas, y nadie va a ofrecerte todo en bandeja de plata. Si no pides, no obtienes.
Incluso un estudio de InfoJobs, indica que muchas personas no solicitan aumentos salariales porque no saben cómo hacerlo o porque temen las consecuencias.
El peso de las creencias limitantes
Las creencias limitantes son patrones mentales que adoptamos en algún momento de la vida y que moldean la forma en que percibimos el mundo. Según un estudio publicado en Psychological Science, muchas de estas creencias se forman en la infancia y se convierten en "reglas internas" que seguimos incluso cuando ya no nos sirven.
Mi creencia de que no debía pedir nada surgió como una lección de modestia, pero se convirtió en un obstáculo. Porque pedir no es un acto de egoísmo, es una forma de expresarnos, de comunicar lo que necesitamos y deseamos. Sin embargo, esas experiencias tempranas pueden hacernos sentir que pedir es invadir, incomodar o, peor aún, que no merecemos lo que pedimos.
El punto es que, en la vida, nada llega solo.
Ojalá fuera tan fácil como esperar a que las cosas aparezcan mágicamente, pero no lo es. Pedir no es una señal de debilidad, sino de autoconfianza. Significa que reconoces tu valor y que sabes lo que necesitas para avanzar.
Y aquí está algo que he aprendido con los años: no basta solo con pedirle a Dios y esperar el milagro. La vida es tuya, y si no tomas acción, las oportunidades no llegarán solas. No es que Dios no quiera ayudarte, pero no puede hacer por ti lo que tú mismo no estás dispuesto a hacer.
¿Por qué nos cuesta tanto pedir?
Vanessa Bohns, profesora en la Universidad de Cornell, demostró que solemos minimizar lo dispuestos que están los demás a echar una mano. En otras palabras, muchas veces no pedimos lo que necesitamos porque tememos un “no”.
Esto significa que muchas veces no pedimos lo que necesitamos porque asumimos que seremos rechazados, cuando en realidad la mayoría de las personas estaría dispuesta a colaborar si simplemente se lo pedimos.
Además, el acto de pedir se relaciona con el miedo al rechazo. Es más fácil no pedir nada y quedarnos en nuestra zona de confort que arriesgarnos a escuchar un "no". Pero aquí está la cuestión: cada vez que no pedimos, nos estamos diciendo a nosotros mismos que no merecemos lo que queremos.
¿Cómo romper con esta creencia?
Reconoce tu derecho a pedir.
No se trata de exigir ni de ser egocéntrico, sino de reconocer que tus necesidades y deseos son válidos. Tienes derecho a expresar lo que quieres.
Practica con cosas pequeñas.
Empieza pidiendo cosas simples: un favor a un amigo, ayuda en el trabajo, o incluso un descuento en una tienda. Cuanto más practiques, más fácil se volverá.
Cambia el enfoque.
En lugar de pensar que pedir es una carga para el otro, míralo como una oportunidad para construir conexiones. Pedir ayuda o un favor muchas veces fortalece las relaciones, porque las personas disfrutan sentirse útiles.
Recuerda que el "no" ya lo tienes.
Esta frase puede sonar cliché, pero es cierta. Si no pides, ya estás en el "no". Al pedir, abres la posibilidad de recibir un "sí".
Busca apoyo profesional si lo necesitas.
Si sientes que esta creencia limitante te está afectando profundamente, la terapia puede ser una herramienta increíble para entender su origen y trabajar en superarla.
Pedir lo que queremos no siempre es fácil, especialmente si crecimos con la idea de que no debíamos hacerlo. Pero cada día es una nueva oportunidad para desaprender esas creencias y construir una relación más saludable con nosotros mismos y con los demás.
No es egoísta pedir. No es débil. Es necesario.
La vida no te va a dar lo que quieres si no estás dispuesto a ir por ello. Así que la próxima vez que te encuentres dudando, recuerda esto: mereces todo lo que estás dispuesto a pedir y trabajar para conseguir.