Pepe Mujica se fue. Su ejemplo no
El expresidente del Uruguay murió el 13 de mayo, pero su forma de vivir —y de hacer política— merece ser recordada siempre.
El 13 de mayo de 2025 murió José “Pepe” Mujica. Pero no fue una muerte cualquiera. Fue una despedida universal. Porque se fue alguien que ya no se ve en la política moderna: un líder que prefería perder votos antes que perder la coherencia. Que creía más en la vida sencilla que en la vanidad del poder. Que gobernó sin resentimiento después de haberlo perdido casi todo.
Hoy, a diez días de su partida, público esto no como homenaje de ocasión, sino como testimonio de lo que no deberíamos olvidar.
Guerrillero, preso, presidente
Nacido en Montevideo en 1935, Mujica fue desde joven una figura incómoda. Militó en el Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros, una guerrilla urbana que enfrentó la dictadura militar en los años 60 y 70. Por eso fue perseguido, capturado y torturado. Pasó casi 13 años en prisión, en condiciones infrahumanas, incluyendo largos periodos de aislamiento.
Podría haber salido de allí con odio. Pero eligió salir con ideas. Y esperanza.
En 2010, a los 74 años, fue elegido presidente del Uruguay. Y lo fue como había vivido: sin adornos, sin privilegios, sin filtros.
Vivía en su chacra con su compañera de toda la vida, la también exguerrillera Lucía Topolansky. Conducía su viejo Volkswagen Fusca. Donaba cerca del 90% de su sueldo. Y cuando le preguntaban por qué, respondía:
“No me gusta vivir comiendo basura. Lo que compro es libertad. Tener tiempo para hacer lo que me gusta.”
Un político que creía en la política
Durante su mandato (2010-2015), Uruguay se convirtió en un faro progresista en Latinoamérica: legalizó el matrimonio igualitario, despenalizó el aborto, reguló la producción y venta de marihuana, y apostó por las energías renovables.
Y, sin embargo, Mujica no era un político dogmático. No hablaba para gustar. Hablaba para despertar.
En su célebre discurso en la ONU en 2013, cuestionó el modelo consumista global. Habló de felicidad, de austeridad, de sentido común. Dejó claro que la política, para él, no era un trampolín personal, sino una herramienta colectiva.
En tiempos donde el cinismo y la impostura parecen norma, Mujica fue una excepción luminosa. Un viejo sabio que inspiraba a jóvenes. Un presidente que, en vez de blindarse, se abría al pueblo. Que cometía errores, pero nunca vendía su alma.
Su partida deja un vacío inmenso. Pero también una pregunta incómoda:
¿Por qué ya no hay más Mujicas?
¿Será que nos cansamos de la política honesta? ¿O que no la defendimos lo suficiente?
Su legado merece ser sembrado
No escribí esto el día de su muerte, ni el siguiente. Esperé. Porque Mujica no es noticia de un día. Es memoria viva. Es ejemplo incómodo. Es futuro posible.
Y si su vida fue un acto de servicio, que su recuerdo lo sea también.
El mundo necesita menos gurús de Twitter y más jardineros como Pepe.
Menos trajes de poder y más fuscas con tierra en las ruedas.
Menos discursos vacíos y más frases como esta:
“La libertad es tener tiempo para hacer lo que te gusta.”
Gracias, Pepe, por recordarnos lo que eso significa.
Publicamos este texto el 23 de mayo de 2025, pero ojalá lo releas dentro de un año, cinco o diez. Porque lo que Mujica dejó no tiene fecha de caducidad.