Por qué el aborto sigue dando más miedo que la desigualdad
Del “pobres bebés” al “vamos a extinguirnos”: anatomía psicológica, religiosa y política de la resistencia al aborto.
Hace poco, un estudio de la National Bureau of Economic Research reveló que los condados de EE. UU. con prohibiciones casi totales del aborto tuvieron entre 2017 y 2023 un 7–10 % más de violencia de pareja. Me impactó: señales claras de que, al impedir la interrupción voluntaria del embarazo, no “salvamos vidas”, sino que condenamos a muchas mujeres a situaciones de dependencia, aislamiento y maltrato.
El control del miedo y el “pecado” ajeno
¿Por qué juzgamos las decisiones reproductivas de otras personas?
Los psicólogos sociales hablan de la “gestión del miedo existencial”, controlar la fertilidad ajena, reduce nuestra propia ansiedad ante la incertidumbre de la vida.
Según Jonathan Haidt, muchos ven el aborto como una violación de lo “sagrado”. Sin embargo, aquellos mismos rituales religiosos que condenan la interrupción voluntaria del embarazo no persiguen lapidar a quienes comen cerdo o visten lino y algodón juntos.
En las grandes confesiones existe una incoherencia palpable:
Catolicismo y protestantismo conservador sostienen que la vida comienza en el momento de la concepción.
Islam: mientras las interpretaciones más estrictas prohíben el aborto, en la escuela hanafí se permite antes de los 120 días.
Budismo e hinduismo: con aproximaciones más flexibles, priorizan la compasión ante el sufrimiento y no criminalizan a la gestante.
Todo ello evidencia que, más que un dictado divino, la penalización del aborto sirve a menudo como mecanismo de control patriarcal sobre la autonomía femenina.
Las restricciones no “protegen vidas” de modo equitativo: castigan a quienes carecen de recursos para viajar o pagan un aborto seguro en la clandestinidad.
La ciencia confirma
Violencia de pareja crece cuando las mujeres no pueden decidir.
Mortalidad materna disminuye en países con aborto legal y gratuito.
Las mujeres forzadas a continuar embarazos no deseados sufrieron más depresión, intentos de suicidio y maltrato.
¿De verdad nos estamos “extinguiendo”? Elon Musk advierte sobre la baja natalidad, pero la ONU proyecta 10 400 millones de habitantes para 2100. El verdadero problema no es “cuántos somos” sino cómo repartimos ingresos, servicios y derechos. Vincular derechos reproductivos a un supuesto colapso poblacional equivale a justificar la precariedad con cifras inventadas.
Mientras debatimos sobre el derecho a decidir, ignoramos debates urgentes:
Acceso a guarderías y conciliación real.
Violencia obstétrica normalizada en partos.
Salud mental de madres y padres.
Brecha salarial que castiga a las mujeres con hijos.
Prohibir el aborto no soluciona estas carencias; las agrava.
Quejarse de un aborto que no es el propio, o juzgar a quien toma esa decisión, revela más nuestras inseguridades y miedos que cualquier argumento moral. La próxima vez que escuches “es que matar un feto es inaceptable”, reflexiona:
¿Qué estamos haciendo para acompañar a quienes ya son madres?
¿Por qué nos duele más un embrión que un golpe de mano?
¿A cuántas mujeres estamos dejando sin red?
Cuestiona la narrativa que criminaliza a las mujeres.
Infórmate: lee datos antes de juzgar.
Habla: comparte este correo con quien piense que el aborto es un debate ajeno.
Porque abortar significa pensar y decidir ante el desigual derecho a salir de las doctrinas y patrones del patriarcado. Es decir, es un derecho contra la desigualdad