Valoramos más las cosas que a las personas
Invertimos miles en bienes materiales, pero escatimamos en pagar por el trabajo de quienes nos rodean. ¿Qué dice esto de nuestra sociedad y del valor que damos al ser humano?
Recientemente, el actor brasileño Pedro Cardoso me hizo detenerme a reflexionar con una entrevista en la que hablaba de cómo, en nuestra sociedad, estamos dispuestos a gastar miles de euros en objetos y lujos, pero regateamos o buscamos ahorrar en los servicios prestados por otros, como la manicura o el cuidado del cabello. Este comentario me hizo reflexionar sobre mi propio comportamiento.
Es curioso cómo a menudo invertimos cantidades significativas de dinero en cosas que podemos "mostrar": compramos el último modelo de teléfono móvil, el coche más nuevo o ropa de marca. Sin embargo, cuando llega el momento de pagar por los servicios esenciales que nos proporcionan otros, como la manicura, un buen corte de pelo o la limpieza de la casa, a menudo buscamos el precio más bajo o intentamos negociar.
¿Por qué negociamos lo que vale el trabajo de otros?
Gastamos 30.000 euros en un coche nuevo, orgullosos de mostrar al mundo nuestra última adquisición, pero regateamos el precio del mecánico que mantiene ese coche en perfecto estado. Compramos casas de 250.000 euros, pero no estamos dispuestos a pagar un salario justo al jardinero que las embellece. Este comportamiento no solo refleja nuestra escala de valores distorsionada, sino que también revela una desconexión preocupante entre lo que valoramos y lo que realmente importa.
Un estudio reciente del Eurofound reveló que en la Unión Europea, el 40% de los trabajadores se sienten insatisfechos con su remuneración y condiciones laborales, a pesar de vivir en una sociedad cada vez más consumista. En lugar de valorar a las personas por el trabajo que realizan, muchos priorizan los objetos materiales que se pueden adquirir. Según la misma investigación, uno de los factores que más afecta al bienestar laboral es la falta de reconocimiento y la incapacidad de encontrar un equilibrio entre la vida profesional y personal.
Pero, ¿por qué ocurre esto?
Vivimos en un mundo donde el éxito personal se mide con métricas visuales y tangibles: la casa más grande, el coche más moderno, la tecnología de última generación. Sin embargo, en paralelo, el trabajo humano que permite que esos bienes materiales se mantengan o mejoren a menudo se subestima. Un informe del Instituto Nacional de Estadística (INE) destaca que el 35% de los trabajadores en España considera que sus salarios no reflejan el valor de su esfuerzo, y el 60% se queja de la falta de flexibilidad en sus empleos.
El entorno laboral actual también refleja este desajuste. Mientras las empresas buscan aumentar sus beneficios mediante la adquisición de nuevas tecnologías y la mejora de sus infraestructuras, rara vez se invierte lo suficiente en mejorar la calidad de vida de sus empleados. Estudios recientes revelan que la falta de flexibilidad en el trabajo está directamente relacionada con el aumento de problemas de salud mental y la disminución de la productividad. Los empleados que no pueden encontrar un equilibrio entre su trabajo y su vida personal son más propensos a sufrir estrés y agotamiento, lo que a largo plazo afecta tanto su bienestar como su rendimiento.
Irónicamente, mientras el mercado laboral sigue siendo rígido en muchos aspectos, los consumidores siguen gastando en bienes materiales que, si bien ofrecen satisfacción temporal, no aportan nada al bienestar emocional a largo plazo.
Entonces, ¿qué nos dice todo esto sobre nuestra sociedad? Nos hemos acostumbrado a asignar valor a lo que podemos poseer, mientras relegamos a segundo plano el valor del trabajo humano que permite que esos objetos existan y se mantengan. Mientras se mantenga este enfoque, seguiremos viendo insatisfacción laboral, bajos salarios y una falta de flexibilidad que solo empeorará con el tiempo.
Es hora de replantearnos nuestras prioridades. Valorar el trabajo humano no solo implica pagar un salario justo, sino también reconocer que la flexibilidad y el bienestar en el entorno laboral son esenciales para que los empleados se sientan valorados. Si seguimos invirtiendo únicamente en objetos materiales sin cuidar a las personas que los hacen posibles, estaremos creando una sociedad cada vez más insatisfecha y desconectada.
Al final del día, no será el coche más caro o la casa más grande lo que nos defina, sino cómo tratamos a quienes hacen posible que esos lujos existan. Y eso, queridos amigos, es el verdadero signo de éxito.
Quizás es hora de empezar a replantearnos nuestras prioridades. Y, tal vez, la próxima vez que paguemos por un servicio o trabajo, en lugar de pensar en cuánto podemos ahorrar, pensemos en el impacto que nuestras decisiones tienen en la vida de los demás.