Tu jefe no es tu terapeuta (pero afecta más a tu cabeza de lo que crees)
Liderazgo, salud mental y por qué un buen manager vale más que mil “perks”.
Estaba leyendo sobre cómo el liderazgo, o su ausencia, nos pasa factura, y no me sorprendió nada: hay oficinas que te hacen enfermar. Lo digo en primera persona.
En mi vida he tenido de todo (y digo jefe, porque algunos no eran líderes): el que te abandona y deja que el ambiente se pudra; la que no “da la cara” por su equipo aunque el cliente esté claramente equivocado; el misógino que no te sube el sueldo, pero te escucha cuando le cantas sus privilegios; el “terrorista” que busca culpables antes de entender el contexto; y también los que tuvieron que dejarme ir por fuerza mayor, pero lo hicieron con respeto y reconocimiento. Esos últimos te curan un poco la fe en el trabajo.
Nada de esto es solo anécdota. Un estudio global del Workforce Institute (UKG) muestra que los managers impactan nuestra salud mental tanto como la pareja y más que médicos o terapeutas. No es una frase para LinkedIn: es un dato duro (3.400 personas, 10 países). Si tu jefe te afecta, no te lo estás inventando. Lo dicen los datos.
¿Y por qué pesa tanto? Porque el manager explica el 70% de la variación en el compromiso del equipo. Es la diferencia entre querer aportar o limitarte a sobrevivir de lunes a viernes. Gallup lo viene midiendo desde hace años.
Cuando el liderazgo existe, se nota en números: la gente más feliz es ~13% más productiva. No es “coaching”, es un estudio de Oxford con datos reales de call centers (más llamadas por hora, más conversiones).
Y si hablamos de condiciones, el debate de siempre tiene evidencia nueva: el trabajo híbrido (dos días en casa) no reduce el rendimiento, mejora la satisfacción y baja la rotación; en Trip.com, el ensayo aleatorizado publicado en Nature cambió incluso la opinión de los propios managers tras verlo en datos. Otras lecturas apuntan a descensos de hasta el 33% en la rotación con esquemas híbridos.
Lo personal (que también es político-laboral)
Una vez dimití sin ahorros porque el ambiente era tan hostil que vivía enferma. En otra agencia grande, mi superiora nunca me defendía; y tuve un jefe que, antes de preguntar, ya había encontrado culpable. También hubo quienes me despidieron por causas objetivas y aun así me cuidaron. Esa es la diferencia entre un jefe y un líder: el primero controla tareas; el segundo mejora tu vida (y, de paso, la productividad del negocio).
Qué pueden hacer las empresas (y los jefes) ya
Formar a managers en lo básico: expectativas claras, feedback útil, reconocimiento y defensa del equipo (es gratis y rinde).
Medir clima y carga: si impactas la salud mental, mídetela; igual que mides ventas.
Diseñar trabajo con evidencia: pilotos híbridos, flexibilidad real, objetivos medibles (no presencialismo).
Pagar justo y a tiempo: el bienestar financiero sostiene la concentración; la motivación no compensa nóminas precarias.
Y si eres empleado/a
Pon nombre a lo que te pasa: si te afecta, te afecta. No es “drama”, es salud.
Documenta y pide: contexto, prioridades, apoyo. A veces no hay maldad, hay desorden.
Busca salida si es tóxico: no romantices aguantar. Tu cuerpo pasa la factura antes que tu CV.
No es casualidad que donde hay liderazgo de verdad los equipos rindan mejor. No por magia, sino porque la gente duerme mejor, piensa mejor y trabaja mejor. Lo dice la evidencia; también lo dice el cuerpo cuando por fin respira.
Si diriges personas, tu mayor “benefit” no es la mesa de ping-pong: eres tú. Y si trabajas para alguien, recuerda que no todo es aguantable. Pedir un entorno decente no es lujo: es productividad sostenible para todos.