La pastilla que no era roja: el discurso que está moldeando una generación peligrosa
Del meme al machismo explícito. Cómo la redpill, los gurús del odio y la normalización del acoso están afectando a mujeres y adolescentes en todo el mundo.
Puede que no estés familiarizado con el término redpill. En teoría, alude a una revelación incómoda sobre cómo funciona la sociedad y las relaciones. En la práctica, se convirtió en una narrativa que sirve para reforzar discursos misóginos. El concepto viene de Matrix, pero quien lo popularizó en internet no buscaba liberar a nadie, sino crear comunidades como la Manosfera, donde se promueven ideas de superioridad masculina, hostilidad hacia las mujeres y desprecio hacia el feminismo. Es un ecosistema que se retroalimenta del resentimiento, del miedo y de una visión del mundo donde la igualdad se interpreta como amenaza.
En Brasil, el término explotó mediáticamente gracias a un personaje conocido como el “Calvo do Campari” (Thiago Schutz). Sus vídeos viralizaron un discurso que mezclaba arrogancia, supuesta sabiduría masculina y una visión profundamente deshumanizadora de las mujeres, tratadas como objetos o recursos a gestionar.
La sorpresa de nadie llegó cuando fue detenido por agredir a su pareja y liberado poco después (aunque no era la primera pareja a denunciarlo por violencia). Su caso simboliza el patrón de los hombres que se autoproclaman referentes de masculinidad mientras reproducen violencia que luego intentan justificar como parte de una narrativa de poder.

El problema no es un meme. Es un caldo de cultivo. La redpill funciona como puerta de entrada a discursos antifeministas que se disfrazan de racionalidad. Se venden como verdad incómoda, cuando en realidad normalizan el odio, trivializan el acoso y alimentan la idea de que las mujeres existen para la validación masculina. Es un terreno fértil para justificar la violencia bajo la apariencia de análisis social.
He tenido varias malas experiencias, incluso siendo menor de edad. La primera vez y creo que más traumática, fue mientras me dirigía a entrenamiento del deporte que en esa época practicaba; mi ruta era caminando y un hombre en motocicleta me persiguió varias calles en las que se dirigía a mí con frases de insinuación sexual. Por más que mostraba ignorarle y acelerar el paso, más insistía. El peor momento fue cuando intenté atajar por una vía peatonal y el hombre entró en la calle con su motocicleta, colocándose delante de mí. Pensé que me haría algo. En ese instante apareció un policía en otra motocicleta y me lancé hacia él para pedir ayuda. El agresor desapareció en cuanto le vio.
Una de las últimas experiencias fue en mi trabajo. Tuve que acompañar en el mismo vehículo a un compañero y nos esperaba un viaje de dos horas. A la media hora empezó a preguntarme cuándo aceptaría salir con él mientras me acariciaba la pierna e intentaba cogerme la mano. Cada vez que lo hacía, yo la retiraba y le pedía que parara. Él lo tomaba como una broma o como si yo estuviera nerviosa y necesitara relajarme. Tengo muchas más experiencias, como tantas de nosotras desde niñas. En mi caso todas fueron con hombres. Nunca me ocurrió nada por el estilo con mujeres, aunque sé que el peligro puede venir de cualquiera, incluso de familia o amigos. Sin embargo, está claro que estadísticamente los hombres nos acosan mucho más y esto se agrava cuando la persona está en una posición de poder.
Este testimonio no es ficticio y no es una excepción. Es la norma que demasiadas mujeres viven en silencio. El acoso comienza en la infancia, se intensifica en la adolescencia y acompaña la vida adulta en espacios laborales, nocturnos o incluso familiares. Todo esto ocurre en un mundo donde, cada año, más de 80 000 mujeres son asesinadas por parejas, exparejas o familiares.
La ONU estima que más de la mitad de los feminicidios son cometidos por alguien conocido. Son cifras que deberían alarmarnos, pero que corren el riesgo de normalizarse si dejamos que discursos como la redpill sigan expandiéndose sin cuestionamiento.
Hay otro dato que preocupa. Estudios recientes muestran que los hombres jóvenes de la nueva generación presentan actitudes más conservadoras y menos igualitarias que generaciones anteriores. Consumen contenido misógino sin filtros, lo integran en su identidad y lo usan para justificar comportamientos de control, desprecio o violencia. Si normalizamos que esta sea su educación emocional, la pregunta es inevitable.
Qué futuro estamos construyendo.
Un futuro donde las relaciones se basen en poder y no en respeto. Un futuro donde el acoso sea visto como malentendido. Un futuro donde miles de testimonios como el anterior sigan llegando porque seguimos llamándolo exageración y no violencia.
La redpill no es una opinión impopular. Es una ideología peligrosa que erosiona derechos, alimenta el odio y deshumaniza. La resistencia empieza por nombrarla, entenderla y desmontar lo que pretende disfrazar de verdad incómoda. Porque lo verdaderamente incómodo es vivir en una sociedad donde ser mujer continúa siendo un riesgo estadístico.
Si conoces a alguien que haya vivido acoso o violencia, o si tú misma lo has experimentado en algún momento, te invito a compartir tu historia de forma anónima. Cada testimonio ayuda a visibilizar lo que tantas veces se normaliza o se silencia y permite construir un espacio más seguro y consciente para todas.
Puedes dejar tu experiencia aquí. Tu voz importa y puede acompañar a otras personas que están pasando por lo mismo. No estás sola.
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