No somos una moda: somos historia
Una mirada crítica al Mes del Orgullo desde mi experiencia.
Hace unos años, escuché a una señora en la televisión en Brasil decir: "Si no te gusta la zanahoria, no la comas; si no te gustan los homosexuales, es solo no 'comerlos', no hace falta pegarles".
Aunque suene a chiste, es una muestra de cómo se trivializa y normaliza la violencia hacia la comunidad LGBTQIA+. Me reí. Pero después me quedé pensando: ¿cómo algo tan básico todavía necesita ser explicado?
Crecer oyendo que la homosexualidad es "contagiosa"
Yo crecí en una iglesia protestante, de esas que te gritan “amén” un sábado y te crucifican con versículos al siguiente. Me enseñaron que la homosexualidad era contagiosa, como si amar pudiera ser una enfermedad. Que si me juntaba con “esa gente”, iba a terminar “igual”.
Spoiler: terminé igual. Y mejor.
Porque amar no me hace menos. Al contrario: me salvó. Pero entender eso me llevó años de desaprender el miedo que me enseñaron como si fuera evangelio.
Os dejo un vídeo que hice (en portugués), hace años sobresalir del closet.
La historia de nuestra comunidad no comenzó en Stonewall, pero esa noche de 1969 en Nueva York encendió una chispa que sigue ardiendo. Una chispa que viene de antes y se mantiene viva gracias a quienes marcharon, gritaron, se travistieron, amaron y resistieron cuando nadie los veía.
Algunos hitos importantes:
Brasil (2019): el Tribunal Supremo tipificó la homofobia y la transfobia como crímenes equiparables al racismo. Un paso histórico en un país con altos índices de violencia contra la comunidad LGBTQIA+.
España (2005): legalizó el matrimonio igualitario, siendo uno de los primeros países del mundo en hacerlo.
Sudáfrica (1996): fue el primer país en prohibir constitucionalmente la discriminación basada en la orientación sexual.
Canadá, Países Bajos, Islandia, Uruguay, Argentina… La lista de países con avances es larga, pero todavía más de 60 países criminalizan la homosexualidad.
¿Religión o excusa?
Muchos dicen que la Biblia “condena” la homosexualidad. Pero nadie se toma el trabajo de leerla con contexto.
Sí, Levítico 18:22 dice: “No te acostarás con un hombre como quien se acuesta con una mujer. Es abominación.” Pero ese mismo libro también prohíbe comer cerdo (Levítico 11:7), usar ropa de dos telas diferentes (Levítico 19:19) y hasta tocar a una mujer con la regla.
¿Vamos a apedrear a quien lleva lino y algodón al mismo tiempo?
El Nuevo Testamento nos trae otra historia. Jesús nunca habló de homosexualidad. Lo que hizo fue sanar, incluir, amar, compartir la mesa. Recordemos que él fue crucificado precisamente por ir contra las normas de su época, por cuestionar la hipocresía de los religiosos, por priorizar el amor sobre las leyes.
No toda la fe es odio.
El budismo tibetano reconoce que la orientación sexual no define el valor de una persona.
En el sintoísmo japonés, la homosexualidad no fue condenada históricamente.
En algunas tradiciones hindúes, hay incluso deidades con género fluido, como Ardhanarishvara (mitad hombre/mitad mujer), una fusión de Shiva y Parvati.
Incluso dentro del islam, a pesar de las lecturas más conservadoras del Corán sobre el pueblo de Lot, hay académicos musulmanes que defienden una interpretación compasiva y crítica, recordando que no se puede reducir una fe a lo que algunos hacen con ella.
Pink money: lo que vale nuestro amor
No somos un nicho: somos millones.
Según estimaciones, la comunidad LGBTQIA+ mueve más de 4 billones de dólares al año globalmente. Las empresas lo saben, y por eso sacan sus logos con arcoíris cada junio.
Pero atención: no queremos arcoíris en logos, queremos políticas internas que respeten identidades, beneficios reales, entornos seguros, campañas que nos representen más allá del marketing.
No nos exploten. Apóyennos. Todo el año.
No somos moda. Somos resistencia. Somos historia. Somos una comunidad que ama, crea, piensa, trabaja y existe.
Y existiremos, con orgullo, aunque eso moleste a quienes nunca supieron amar sin miedo.