Así se compran las ciudades del futuro
De Musk a Ellison: por qué vuelven las “utopías” privadas, qué aprendimos de las company towns y cómo mirar estos proyectos sin tragarnos el brillo.

Leí una noticia que me llamó mucho la atención: varios magnates tech están comprando tierra o impulsando ciudades privadas, de Starbase (SpaceX) en Texas a Lānaʻi en Hawái (propiedad en un 98% de Larry Ellison), pasando por el megaproyecto California Forever en el Área de la Bahía. La pieza traza el mapa: Musk, Ellison y otros están redibujando comunidades con sus propias reglas y ritmos.
Esto no sale de la nada. La historia está llena de ciudades planificadas por poderosos: desde las company towns del XIX (Pullman, Chicago) hasta utopías industriales como Fordlândia en la Amazonia; muchos prometían bienestar y eficiencia y acabaron en conflictos laborales o fracasos logísticos. Son lecciones duras sobre poder privado, dependencia y gobernanza.
¿Qué se está construyendo hoy?
Starbase (Texas): el enclave de SpaceX en Boca Chica avanza en su estatus municipal y busca incentivos para nuevas instalaciones de fabricación (GigaBay). La votación local y el empleo están muy vinculados a la propia empresa, un clásico dilema de captura institucional.
Lānaʻi (Hawái): Larry Ellison posee el 98% de la isla; la gobernanza y la vida cotidiana dependen de un único actor económico, con todo lo que ello implica en acceso, servicios y precios.
California Forever (Solano County): tras comprar más de 800 millones de dólares en suelo, el promotor busca vías para sacar adelante una “nueva ciudad” andable y densa; la disputa gira en torno a voto público, anexiones municipales, impacto ambiental y vivienda asequible.
También hay versiones offshore de este sueño: los proyectos de seasteading. “Ciudades flotantes” para ensayar nuevas formas de gobierno, aparecen cíclicamente como promesa de soberanía a la carta (y dudas de viabilidad).
Por qué seduce la idea
Velocidad y capital: decisionismo privado para desbloquear suelo, infraestructura y vivienda donde el urbanismo público se atasca. (El argumento central de California Forever).
Urbanismo de laboratorio: barrios de 15 minutos, energía limpia, agua reciclada y movilidad eléctrica diseñadas desde el plano maestro.
Empleo e innovación: clusters industriales (aeroespacial, chips) con permisos coordinados y cadenas de valor integradas.
La letra pequeña
Déficit democrático: si la empresa es el ayuntamiento de facto, ¿quién controla al regulador? Pullman enseñó el coste social de confundir patrón con alcalde.
Exclusión y dependencia: acceso condicionado por empleo o renta; riesgo de monocultivo económico (cuando cae la empresa, cae la ciudad). Fordlândia es el recordatorio.
Atajos al escrutinio: buscar anexiones o vías rápidas para evitar referendos erosiona la legitimidad del proyecto desde el día uno.
Externalidades: agua, fuego, biodiversidad y vivienda colindante dependen de decisiones privadas con impacto público.
Lo viejo y lo nuevo
Para leer cualquier “ciudad de autor” sin quedarte en el hype, cinco preguntas simples:
¿Quién decide? Composición del gobierno local y mecanismos de contrapeso ciudadano. (¿Concejo electo o junta designada?)
¿Quién paga qué? Infraestructura, escuelas, agua: tasas vs. tarifas privadas; cláusulas de mantenimiento a 30 años.
¿Quién entra y quién se queda? Política de vivienda asequible y garantías de no expulsión cuando suben los precios.
¿Qué pasa si falla? Planes de rescate/abandono, la historia está llena de utopías ruinosas.
¿Qué gana el entorno? Impacto en municipios vecinos, empleo local y recursos compartidos (agua/energía).
Que Elon Musk tenga un “alcalde” en Starbase, que Ellison controle casi una isla entera o que un consorcio compre medio condado para levantar “la ciudad ideal” dice tanto de su ambición como de nuestras carencias urbanas: vivienda inaccesible, trámites eternos, infra dotaciones y un cansancio general con lo público que abre la puerta a soluciones privadas.
La pregunta no es si deben o no existir; es si nuestros derechos urbanos, movilidad, vivienda, aire limpio, voto, quedan garantizados cuando el sueño de unos pocos se vuelve la ciudad de muchos.
Si algo enseñan Pullman y Fordlândia es que la ciudad no es una fábrica: es un contrato social. Innovar es bienvenido; privatizar la ciudadanía, no tanto. La clave está en exigir reglas claras, transparencia y voto, para que la utopía no sea solo para quien tiene la llave del portón.